«y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.»
Mateo 24:12
Veamos cómo lo traducen otras versiones:
- Habrá tanta maldad. (BAD)
- La gente será tan mala. (BLS)
- Aumentará tanto la maldad. (DHH)
- Abundará el pecado por todas partes. (NTV)
Vemos que no se trata de algo que posiblemente pase, sino de una certeza total, la maldad aumentará. Y no es algo que podamos detener. Este aumento es algo necesario para que se ponga de manifiesto la miseria humana y el hombre llegue definitivamente a decir: “ ¡Te necesitamos, Señor! ¡VEN!”
A veces, los cristianos, con buenas intenciones, tratamos de frenar la maldad. Pero cuando vemos el panorama profético es como poner el dedo en la grieta de una represa a punto de romperse, tratando de frenar esa ruptura. Los sistemas van a colapsar, está profetizado, las bases morales se derrumbarán; el orgullo del hombre lo llevará tan lejos de Dios que solo podrá reconocer su error cuando se dé cuenta de que está perdido.
Volvamos a la imagen de la represa agrietada. Tenemos delante este desastre inminente, vemos que se va abriendo cada vez más y en cualquier momento puede colapsar. Al levantar la vista vemos, a lo lejos, un pueblo que está en el camino que tomará el agua y que será arrasado con violencia. ¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Poner un dedo en la grita tratando de frenarla o correr a advertir al pueblo para que huya y se salve?
No estamos diciendo que hay que comulgar con la maldad, pero advertir «a los del pueblo” que la grieta se está abriendo, ya es hacer algo productivo. Este es el tiempo de advertir que viene ese movimiento masivo de maldad y que el único refugio es el Señor.
A veces gastamos más energía en tratar de frenar la maldad que en predicar el Evangelio de salvación. No son las leyes externas las que harán la diferencia, ya tenemos legislación sobre el asesinato, sin embargo, se sigue asesinando; tenemos legislación sobre el robo, sin embrago se sigue robando; tenemos leyes que protegen a los niños, sin embargo, sigue habiendo niños abandonados, desprotegidos, abusados. Porque las leyes externas no hacen la diferencia en el corazón del hombre. La única ley que nos transforma desde adentro hacia afuera es la ley de Cristo:
«Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel.
Después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en la mente de ellos,
Y sobre su corazón las escribiré;
Y seré a ellos por Dios,
Y ellos me serán a mí por pueblo.«
Hebreos 8:10
No es tiempo de arrancar cizaña o señalar a los cabritos, sino de hacer crecer el trigo, de pastorear, discipular, enseñar la Palabra de verdad y sobre todo, predicar el Evangelio.
¡No nos distraigamos!
Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!
Isaías. 40:9