George Muller nació en lo que es la actual Alemania, allá por 1805, cuando esta parte del planeta todavía era colonia española y Napoleón era emperador de buena parte de Europa. Tuvo una vida muy cómoda, la familia tenía dinero y posesiones. El joven George gastaba los recursos familiares en una vida pecaminosa; se cuenta que a los catorces años, mientras su madre agonizaba, él estaba ebrio en compañía de gente de mal vivir.

Su padre quería que fuera clérigo luterano, no por la inclinación religiosa sino para que tuviera un sostén seguro y generoso de parte del estado, lo que le permitiría seguir con su estilo holgado de vida. Al fin fue a la universidad y allí encontró al Dios al que serviría y amaría por el resto de su vida.

Su primer desafío fue cuando le comunicó a su padre que se había decidido por la obra misionera y no por el servicio común de los clérigos luteranos. Su padre se opuso firmemente y amenazó con no sostenerlo más en lo económico. Fue entonces que decidió depender totalmente de Aquel que lo había llamado. En ese tiempo se tuvo que alojar en una casa para estudiantes sin recursos, la cual, tiempo atrás, fuera un orfanato; la historia de su fundador, de la fe que utilizó para esta empresa y el alcance de la misma lo impactaron fuertemente.

Por su llamado misionero se trasladó a Inglaterra, sirviendo un tiempo en una congregación en Bristol, donde se rehusó a recibir un salario. En ese tiempo los huérfanos llenaban las calles de la ciudad, se sintió conmovido y quiso ayudar, pero no tuvo el acompañamiento de la congregación en la que servía, por lo que dispuso reacondicionar su casa familiar, en acuerdo con su esposa, y albergaron a treinta huérfanos. Al poco tiempo fue rentando otras casas y eran noventa niños, pero como aun así era poco se fueron extendiendo más y más hasta alcanzar a tener dos mil niños, los cuales eran alimentados, vestidos y educados. Se cuenta que el nivel educativo de los niños del orfanato era tan excelente, que al terminar su preparación recibían incontables ofertas laborales. Por otro lado, la minería y las curtiembres locales tenían problemas en conseguir operarios, ya que los que antes conseguían en las calles, ahora eran personas calificadas para tareas de otro tipo.

A todo esto, Müller jamás pidió un centavo prestado, no pidió ofrendas, no aceptó donativos de personas que no fueran creyentes ni incurrió en deudas y no faltó en más de sesenta años, ni una sola comida a los diez mil niños que pasaron por el orfanato. Su PRIMER recurso siempre fue Aquel que es “Padre de huérfanos”, como dice el Salmo 68.

Son muchos los testimonios de provisión y protección milagrosas. Ejemplo de esto fue cuando, en una de las casas se rompió la caldera y el arreglo iba a durar varios días, por lo que los niños quedarían sin calefacción en plena temporada invernal. George y sus colaboradores oraron en dos direcciones: que comenzara a soplar el cálido viento del sur y que los trabajadores resolvieran trabajar como en la época de Nehemías, de día y de noche. Las dos cosas fueron contestadas exactamente, un viento sureño, cargado de la tibieza tropical llegó hasta Bristol, de manera que la calefacción no fue necesaria durante todo el tiempo que requirió la reparación; por otro lado, los obreros decidieron por su propia cuenta trabajar de día y de noche hasta reparar la caldera.

Otro testimonio cuenta que cierta mañana ya estaban todos los niños en el comedor para recibir el desayuno y no había siquiera un pedazo de pan. Müller, quien tenía una visita en ese momento, oró en lo privado y dijo a su invitado: “Vamos a ver el milagro que Dios hará hoy”. Al llegar al comedor guió a los niños a agradecer por el alimento, al momento de terminar la oración tocó a la puerta el panadero, a quien Dios había despertado de madrugada diciéndole que preparara pan para el orfanato, seguidamente llamó el lechero, quien al pasar por la puerta tuvo un desperfecto en su carro, antes que la leche se echara a perder la ofreció para los niños.

Este hombre de fe y oración no solo tuvo provisión para el orfanato, sino que ofrendó generosamente toda su vida para las misiones foráneas, él mismo cuenta que en una oportunidad una obra misionera necesitaba trescientos ochenta libras, él solo tenía ciento ochenta en su cuenta, pero aun así hizo un cheque por el importe total mientras oraba por la provisión, ese mismo día recibió dos donativos para su persona, ambos de cien libras, lo que completó el importe que se había propuesto ofrendar.

La vida de George Müller nos desafía a tener una vida de fe basada en que Dios oye nuestras oraciones. Su vida de dependencia absoluta nos motiva a imitarle. Podemos concluir que el Padre siempre respondió a las oraciones de un hijo que no pedía para sí mismo sino para la tarea que le había sido encomendada.

¿Oras por las necesidades de otros? ¿Dependes de la provisión de Dios en todas las áreas?

Que podamos reproducir la misma vida de oración y confianza que tuvo este gran hombre. El mundo actual necesita que los hijos mostremos el poder de Dios de maneras innegables.